De aquello juegos que
emocionaron muchísimo a los niños y a los adolescentes en épocas pretéritas, la
zaranda fue uno entre otros como el trompo, que divirtió a los párvulos en
nuestros pueblos, aldeas y caseríos, y hasta en las ciudades, donde llegó el
eco zumbón de la zaranda.
Recordamos a este
juguete como algo sencillo, hecho de una perita de calabaza muy pequeña, a la
cual se le incrustada una punta de madera dura y redonda, con largo de pocos
centímetros. En la calabaza se hacían unos huecos para ventilar el interior del
cuerpo de la zaranda y producir un zumbido característico de esta bailadora
serena y zumbona, a tal punto era estimada la zaranda que sonara bien, que los
muchachos peleaban por su zaranda a puño limpio, defendiendo la que les
pertenecía y que era entre otras, la más musical al bailar en la tierra fina de
los patios en las casas, o en las calles solas de los pueblos de la provincia.
Había desafíos de
zaranda, entre los jugadores apasionados al deporte popular venezolano. ¿Pero cómo
se bailaba la zaranda? Pues mediante una cuerda o guaral fuerte, al que se le
ponía al extremo en la mano del operador, un travesaño de un palito, se
enrollaba el guaral al cuerpo de la zaranda y, mediante un templón, se soltaba
la bailadora al terreno, donde zarandeaba emitiendo un sonido como el de un
cigarrón gigante, que anduviera por allí volando sobre la tierra.
Había, desde luego,
apuestas y discusiones entre los jugadores. Había en algunos casos hasta peleas
a puño y puntapiés, por algo que se consideraba trampa en el juego. La que
pagaba casi siempre los platos rotos era la pobre zaranda, que era batida
contra el suelo o embestida por la enemiga con la púa sobre la que bailaba,
para romper la calabaza y silenciar el sonido del rival, que estaba zarandeando
en la tierra.
Fuente: Ecos de un país lejano de
Ramón Boscán Ávila
http://www.llanera.com/
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